No escogemos dónde nacer, pero sí cómo vivir


Versiones de la expropiación

Carlos Alberto Urribarí, es publicista con énfasis en mercadeo y docente en la Universidad Católica Luis Amigó. Aunque nació en Maracaibo, Venezuela, Carlos afirma que es “barbarense de corazón”, pues creció en un pueblo llamado Santa Bárbara de Zulia.

A pesar de su trayectoria académica (es  doctor en Ciencias sociales con énfasis en gerencia de empresas y docente por más de 10 años), su vida en la academia empezó a los 47 años cuando se vio obligado a cambiar los extensos terrenos de su finca por las aulas universitarias.

“Yo estudié adulto, porque yo era ganadero de tradición familiar”, cuenta Oscar tras evocar los recuerdos de sus ancestros. Él adquirió una finca gracias a su familia, con una extensión de 401 hectáreas, la cual adecuó y mantuvo durante años de una forma bastante productiva. “Yo vendía los mejores quesos y yogures de toda la zona”, recuerda.

Sin embargo, el próspero negocio familiar empezó a cambiar con la llegada en 1999 de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela. “El ganade

ro que no regalaba su ganado, se lo robaban, ¡que causalidad!”, afirma Óscar.

En vista de esta situación, en el año 2000 la mejor solución era vender su hacienda. Fueron varias las razones que lo motivaron a salir de su país: no estaba de acuerdo con el golpe de Estado liderado por Hugo Chávez, ni con sus nuevas políticas económicas. No entendía por qué los ciudadanos apoyaban a un militar que ni siquiera tenía estudios administrativos, ni conocimientos de economía para gobernar un país tan rico en petróleo como Venezuela. “Esto no va a terminar nada bien”, pensó Urribarí, quien tomó la decisión de vender su finca y venir a Colombia,

No obstante, al momento de ponerla en venta cometió el error de realizar un aviso publicitario en la prensa nacional. El primer interesado en la oferta fue el presidente de la Asociación campesina chavista, quien le pidió poner a nombre suyo la finca, mientras solicitaba al gobierno un crédito que le permitiera ejercer la compra, a lo que Óscar y su familia se negaron.

En vista de esta respuesta fue amenazado con la realización de un Comité de tierra (unión de grupos campesinos que  solicitaban la expropiación de

una finca para ser beneficiarios de la reforma agraria, de esta manera el gobierno se vería en la obligación de comprar la finca para estas familias). El asunto es que estas compras eran bastantes irrisorias pues no pagaban lo que realmente costaba la hacienda.

A estas presiones se sumó una nueva problemática, la llegada a sus terrenos de 200 familias colombianas, quienes para esa época buscaban una mejor calidad de vida puesto que Colombia se enfrentaba a una crisis social, militar y económica, como resultado del conflicto armado interno.

Ante la situación nadie se atrevía a pronunciarse. No obstante, después de algunos meses ÓscarAlberto obtuvo una orden de desalojo para que estas familias salieran de su propiedad, pero fue un triunfo pasajero. “Ya la hacienda se encontraba en un estado deplorable, habían dañado todo, la casa, las vaqueras, las cercas; se robaron la electricidad”, comenta Urribarí. Su finca ya no era ese espacio organizado y productivo,  dejó de ser su “tacita de oro” para convertirse en un terreno con poco valor comercial, casi imposible de vender a un comprador que no fuera el gobierno nacional quien inició todo el proceso de expropiación. “Nunca me pagaron la finca, nunca. Se hizo todo el proceso de expropiación, pero

jamás me pagaron”, asegura Óscar.

Inventar una nueva vida

A los 47 años, Oscar dejó atrás su vida como ganadero e ingresó a la universidad para estudiar publicidad. Se graduó antes de lo establecido y con un promedio de notas altísimas. Lo invitaron para ser ayudante académico y así fue como se perfiló en la docencia universitaria; hizo la maestría y dictando clases en Venezuela, le ofrecieron un trabajo en Bogotá en una empresa de relaciones públicas. Allí trabajó aproximadamente cuatro años. “Conozco Colombia desde que nací, pues Santa Bárbara está a 1h 30 de distancia, y mi abuelo venía a mercar a Cúcuta”, menciona Oscar.

 

Luego decidió volver a su país para realizar un doctorado en ciencias sociales – gerencia de empresas en la Universidad De Zulia, pero una vez finalizó sus estudios decidió radicarse definitivamente en Colombia, con su esposa y una de sus hijas.

Con esfuerzo este investigador venezolano ha logrado un lugar en la academia desempeñándose como docente de tiempo completo en la Universidad Católica Luis Amigó. Además se siente a gusto en la ciudad, “Me enamoré de Medellín, me siento de acá, en mi casa”.

A pesar de este sentimiento de comodidad en la capital de Antioquia, no abandona nunca el llamado ancestral de la tierra que alguna vez trabajó, por eso entre sus ocupaciones reserva tiempo para la creación de una empresa productora de lácteos y arequipes con sabores. “Quiero volver a mis raíces, en el fondo del corazón, tengo el anhelo de algún día poder comprar una finca con 20 0 30 vacas”.

Oscar mira a lo lejos con nostalgia cuando recuerda a aquellos familiares que permanecen en Maracaibo. “Extraño a mis hijos, mis nietos, mi mamá. Hablo todos los días por teléfono con ella. Se piensa venir pero le da temor perder su casa”. A pesar del vínculo familiar que lo une todavía a su país, regresar no es una opción porque la situación en Venezuela cada vez es más crítica. “Bien hecho, aunque  lo lamento por mi mamá y mis hijos pero quién los manda a meterse a chavistas. En otras palabras, es un mal buscado, ellos escogieron eso” argumenta Urribarí enfáticamente.


Fuente: Revista ¿Qué Pasa? Edición 28 / Voces de la migración venezolana

Por: Verónica Bárcenas

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